sábado, 26 de septiembre de 2020

CIUDADANO JORGE

 

     Salió a la venta mi segunda novela “¿Quién mató a Jorge López Zúñiga?” el día doce de marzo del presente año, dos días antes del decreto de Estado de Alarma. También es mala suerte.

     Tras ese disgusto inicial, se fueron cayendo todas las citas que teníamos previstas: la presentación oficial del libro, la Feria del Libro de Gijón, la celebración de Sant Jordi en Barna, la Feria del Libro de Madrid, y un largo etcétera.

    Es curioso: por cada cita que se suspendía o aplazaba, yo no lo sentía por mí sino por Jorge, por el protagonista de la historia. “Jorge no se merece esto, con todo lo que luchó”, me atormentaba yo. Me preocupé pensando si lo mío sería un caso de esquizofrenia o de trastorno de la personalidad. Pero no, nada de eso. Jorge es un personaje de ficción, sí, pero, al mismo tiempo, es una persona real: cuando algo se crea y se dice, ya no hay vuelta atrás, ya hay vida propia en esa historia transversal que saltará de lector en lector. Lo que yo sentía era la pena de que esa historia pasara desaperciba por culpa de la pandemia.

     Jorge López Zúñiga siempre ha sido un ciudadano normal. “Fue el mejor alcalde de la mejor ciudad del mundo. Ésta es su historia”, reza la contraportada, aunque sería más acertado decir: “Ésta es tu historia. Ésta es la historia de todos los ciudadanos y ciudadanas”. Más inclusivo, imposible. En efecto, tal fue nuestra pretensión cuando escribimos la historia: el coger de aquí y de allá, hacer un collage de sentimientos, de vivencias, de anécdotas, y de experiencias, y darle a todo ello un hilo argumental y un marco histórico fácilmente reconocible por cualquier ciudadano.

     Para llevar a cabo esto, no nos fue posible recurrir a la literatura convencional y lineal, ésa en la que se cuenta una historia que empieza y termina, y en la que siempre hay mucho romanticismo, mucho crimen sin resolver, mucho diálogo, mucho postureo. También mucho talento por parte del que escribe, ojo. Lo de Jorge fue mucho más complejo. Tuvimos que quitarle el polvo al realismo mágico, y usar la voz no sólo de un García Márquez sino de un Rulfo, otro de esos escritores malditos y olvidados que tanto nos inspiran.

    -Me trajo aquí la ilusión – dijo Pedro Páramo como podría haber dicho Jorge López Zúñiga.

    -Creo que tengo sesenta y cinco años – respondió Jorge López Zúñiga como podría haber respondido Pedro Páramo.

     -¡No, insensato! Esos sesenta y cinco años son los que ya no tienes.

     Nuestra opinión es que los escritores de éxito hoy día no quieren o no saben innovar, y por eso recurren al thriller: leerles es como ver una película de Robert de Niro, de Al Pacino, o, si me apuran, de Tom Hanks. Talento hay mucho, pero los esquemas son idénticos. Volver al realismo mágico es una forma de innovar, y Jorge se merece el reconocimiento que otorga lo novedoso.

     Por continuar con el símil cinematográfico, Jorge López Zúñiga es todo un personaje de una película de Orson Welles, y su vida es todo un guion del célebre director norteamericano. What is more: cada vez que oímos la cavernosa pero ágil voz de Welles, cada vez que vemos el peculiar óvalo de su cara y nos penetra su mirada limpia pero durísima a través de la pantalla, estamos viendo a Jorge. Mejor dicho: estamos viendo la historia de Jorge, la historia del Ciudadano Jorge.

     Antes de que usted se eche las manos a la cabeza por el paralelismo, déjenos decir que, en efecto, “¿Quién mató a Jorge López Zúñiga?” es una biografía contada a varias voces, y mediante una modalidad narrativa innovadora… una modalidad ya utilizada hace ochenta años por Welles, y hace cuarenta y cinco por nuestro Eduardo Mendoza y su Caso Savolta. Qué pretenciosidad es llamar innovación a lo que ya se hizo, llamar ola a lo que realmente es resaca. Por lo demás, es una biografía personalísima, esto es, el único protagonista es Jorge López Zúñiga, sólo él, todo gira en torno a él, y todos los demás personajes aparecen para acompañar y definir su carácter y para formar parte de la trama que sólo a Jorge afecta, que empieza y termina con él. Esto puede parecer aburrido, pero no es así: hemos intentando que Jorge sea una recopilación de varias personalidades, de todas las personalidades que hemos conocido. Jorge es uno y a la vez es todos nosotros.

     No obstante lo anterior, esta biografía personalísima tiene un atractivo más: está enmarcada en la España de los años ochenta, de los noventa, y de los dos mil. Los lectores reconocerán fácilmente algunos de los episodios narrados, y sonreirán con la descripción de los mismos, al igual que también sonreímos con las descripciones que hacía Galdós de la España de su siglo. “¿Quién mató a JLZ?” es considerada también una novela de humor, un género literario, éste de reírse leyendo, pasado de moda al igual que el realismo mágico citado anteriormente. No hay sitio para ambos en ésta nuestra época de las fugaces Stories de Instagram.

     Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, Orson Welles, Eduardo Mendoza, Benito Pérez Galdós, podrán ustedes llamarnos atrevidos al compararnos con tan ilustres personalidades, y tendrán ustedes razón. Pero, tal y como afirma el propio Jorge López Zúñiga, “sólo es posible avanzar cuando se piensa en grande y cuando se mira lejos”, y eso es lo que estamos tratando de hacer, y a ver qué pasa. ¿Qué tiene esta novela de autobiográfico? Lamentablemente nada. Y decimos lamentablemente porque ojalá ésa fuera nuestra biografía: Jorge López Zúñiga es sin duda la persona que nos hubiera gustado ser, y que lamentablemente ya no seremos…

     En cualquier caso, “¿Quién mató a JLZ?” sólo trata de contar la vida de una persona, sus inicios, sus anhelos primeros, sus impulsos, los obstáculos que se encontró, las decepciones que sufrió, su pico vital, y su crepúsculo. Eso es todo. Se intentó hacer hincapié en cómo va cambiando la trayectoria de la gente a lo largo de los años. De la pobreza a la riqueza, de la ilusión al desaliento, del trabajo duro al pasotismo y la holgazanería, de confiar en los demás a encerrarse en uno mismo, de la invisibilidad social a la influencia de masas, de la lucha inconformista a la apacible complacencia de un burgués club deportivo y social. O viceversa todo ello: no conoceremos jamás cuál es la ida y cuál la vuelta de nuestros caminos.

     En este mundo mediocre azotado por el plan de la pandemia, afortunadamente sigue existiendo mucho Ciudadano Jorge. Cuando lean su historia lo entenderán. “¿Quién mató a JLZ?” jamás estará en el Top Ten de los libros más vendidos, ni llenará las mesas colocadas a la entrada de cualquier Casa del Libro, ni se venderá en la librería de El Corte Inglés ni en las cafeterías del VIPS ni en las tiendas de regalos de las puertas de embarque de los aeropuertos. Sin embargo, Jorge López Zúñiga siempre estará ahí, entre todos nosotros, haciendo mil y un nuevos planes para mejorar lo que ve alrededor; proponiendo cosas sorprendentes; sin ningún miedo a tomar todas las iniciativas; sin ningún miedo a que le partan la cara; haciéndolo todo sin pedir nada a cambio; dando el primero de todos los pasos que haya que dar; acertando unas veces y equivocándose otras; resistiendo… Su historia es la historia de alguien que tiene una historia que contar.

     Atención a la dedicatoria de la novela:

        Dedicado a todos los alcaldes y alcaldesas,

        concejales y concejalas,

        pasados, presentes, y futuros.

        Dedicado a todos los que empujan la Historia.

     ¿Cómo? ¿Un libro dedicado a los alcaldes y alcaldesas? Una novela que empieza así, promete. Hay que leerla.

     Mucha gente nos pregunta: ¿qué ciudad es ésa de la que Jorge No-Sé-Qué fue alcalde? Me lo ponen en bandeja: lean el libro y lo sabrán.




lunes, 14 de septiembre de 2020

NEGACIONISTAS DEL NEGACIONISMO

     Tengo cuarenta y tres años y desde que soy un niño he oído siempre las dos siguientes afirmaciones, de forma inequívoca, repetida, y fatalista:

     -El día que los chinos despierten van a conquistar el mundo. ¡El día que los chinos despierten!

     -La Tercera Guerra Mundial será una guerra química y bacteriológica.

     Bingo. Si usted también ha oído algo parecido a esto, y acepta y asocia ambas premisas, entonces ya no hay nada más que hablar ni que debatir. Pero tenga usted cuidado: le van a llamar “negacionista”.

     Hábilmente, los políticos y los medios de comunicación se están empeñando en presentar a los “negacionistas” como unos locos desarrapados, paranoicos, terraplanistas, de extrema derecha o de extrema izquierda, que afirman haber visto OVNIS en su juventud y que Bill Gates es reptiliano. Insisto: qué curiosa coincidencia es la de que todos los medios de cualquier signo político, todos sin excepción, nos están diciendo que los “negacionistas” están muy locos y que son un peligro público. Y, en efecto, los medios tienen razón: los “negacionistas” que salen por la tele son un peligro… ¡porque ellos no son los verdaderos “negacionistas”!

     Los verdaderos negacionistas, como usted y como yo, no negamos la existencia del COVID-19. ¡Lo que negamos es la versión oficial sobre el COVID-19! El virus existe, se propaga rápidamente, es potente, es desconocido, es mortal. Todo eso es cierto, evidentemente. Pero la versión oficial ha cometido un error, y es que a la pandemia le está llamando “guerra”. Habrán escuchado ustedes cosas como: “estamos luchando en una guerra”, “esta guerra la vamos a vencer”, “en esta guerra tenemos un poderoso enemigo”, etcétera. Y es en esta última frase donde cometen el error, al hacernos creer que el COVID-19 es el enemigo, cuando realmente el COVID-19 es el arma.

     En efecto, estamos en guerra:

     -Tenemos el arma: el COVID-19.

     -Hemos sufrido el ataque en Europa desde el mes de enero más o menos.

     -Hemos estado encerrados en nuestros búnkeres para resistir el bombardeo.

     -Hemos sufrido muchas bajas entre la población civil.

     -Hemos resistido el bombardeo, y hemos ido saliendo poco a poco a comprobar los destrozos económicos y sociales.

     -Hemos planificado y desarrollado una estrategia de defensa y protección relativamente eficaz.

     -Tenemos por delante la dolorosa reconstrucción después de la guerra.

     Tan sólo queda por identificar el “enemigo” de esta guerra. La propia versión oficial sobre el COVID-19 nos pone en bandeja nuestras propias conclusiones sobre quién es el “enemigo”, un “enemigo” que ha llegado a decir que el virus se escapó “por descuido”. ¿Por descuido? Ya…

     Todo esto es la versión oficial, los negacionistas como usted y como yo no nos estamos inventando nada, no estamos incitando al odio ni a la represalia. No obstante, habrá mucha gente que nos tache de locos terraplanistas y mileranistas. Vale. Les voy a hacer la siguiente pregunta:

     -¿Ustedes creen que todo esto es casual?

     Si su respuesta es:

     -Bueno, yo creo que algo hay detrás de todo esto…

     entonces usted también es un negacionista (no me lo niegue) porque está usted negando la versión oficial y su famoso titular: “el virus era impredecible y se propagó por descuido”.

     Bien es cierto que la humanidad siempre ha sufrido pandemias, epidemias, enfermedades, plagas, etcétera… Pero, por la misma regla de tres, también hemos visto a lo largo de los siglos a mucha gente con poder manipulando la información, sometiendo a la población a base de mentiras, a base de miedo. Nuestros tiempos no son una excepción a esto último, y cuesta creer que en nuestros tiempos una pandemia sea igual de impredecible e incontrolable que en 1920, y que en 1820, y que en 1720, y en tiempos del Imperio Romano. Se está hablando mucho de la pandemia de 1920, con el argumento de que, como ya hubo una pandemia hace cien años, pues, claro, es normal que ahora se produzca otra. Pero la peste de 1920 vino precedida de la Primera Guerra Mundial, la cual dejó unas lamentables condiciones de vida y una deficiente situación sanitaria en gran parte de Europa, lo que provocó la rápida expansión de todo tipo de enfermedades. Estamos en el año 2020 y nuestros saludables Estados del Bienestar deberían haber impedido cualquier tipo de enfermedad masiva, incluidas aquéllas que surgen “por descuido”.

     Y, en este punto, con la ciencia hemos topado. Los negacionistas de verdad, como usted y como yo, no negamos la ciencia, faltaría más. Lo que negamos es “La Ciencia”, con mayúsculas y entrecomillada, esa “Ciencia” con la que se llenan la boca algunas autoridades sanitarias. Hay gente con la cara más dura que el hormigón armado, y luego está el presidente de la OMS, que tiene otro nivel de cara dura. Al Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus le hemos oído decir lo siguiente, siempre sentado en su silla tribunicia y con un relajante fondo azul celeste:

     “Ésta es una terrible pandemia que afecta a toda la humanidad”.

     “El uso de mascarillas es recomendable”.

     “El uso de mascarillas es obligatorio”.

     “Los efectos del COVID-19 serán devastadores. Tenemos que estar preparados”.

     “No habrá solución hasta que tengamos vacuna”.

     “Hay que lavarse bien las manos”

     Y no sigo. Por cierto, yo ya me lavaba bien las manos antes de todo esto.

     Los negacionistas como usted y como yo no negamos las evidencias científicas, evidentemente: se ha creado un virus mortal, que provoca una neumonía mortal, que se propaga de forma aún no bien conocida, y para el que aún no existe vacuna. Punto. La población debe utilizar mascarillas homologadas y limpias, debe evitar contacto físico, debe guardar distancia interpersonal, y debe evitar reuniones y aglomeraciones. Punto.

     Sin embargo, tanto el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus como todos los medios de comunicación, todos sin excepción, se empeñan diariamente en mostrarnos “Las Evidencias Científicas”, una y otra vez, una y otra vez, y para eso recurren a todas horas a todo tipo de epidemiólogos, virólogos, neumólogos, expertos, profesores de universidades, periodistas especializados, escritores del establishment, analistas políticos, tertulianos, chamanes, bruxas, santeiros, echadoras de cartas, y decidoras de verdad. No hacen falta tantas alforjas: “Las Evidencias Científicas” ya están más que claras, no insistan. Excusatio non petita… Lamentablemente, estarán ustedes de acuerdo conmigo en que “La Ciencia” también se puede manipular por sinvergüenzas como el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus & Friends, quienes han convertido “La Ciencia” en algo capaz de afirmar una cosa hoy y la contraria mañana.

     Estamos ante una de crisis de credibilidad. Nadie ni nada tiene credibilidad actualmente. Los políticos, los medios de comunicación, y los periodistas de la legua, se han ganado a pulso que los negacionistas de verdad como usted y como yo, no nos creamos absolutamente nada de lo que dicen. Y es debido a esa ausencia diaria de credibilidad y a ese alarmismo en busca de audiencia televisiva, por lo que han surgido todo tipo de negacionistas, y, a su vez, gente que niega a los negacionistas y se convierten también en negacionistas, y así sucesivamente. No lo olvide: usted puede ser un negacionista sin saberlo. Un negacionista del negacionismo.

     Los negacionistas de verdad, como usted y como yo, somos unos ciudadanos obedientes, pasamos desapercibidos, no queremos líos. Si acaso, somos un poco rebeldes, un poco malditos. Ahora bien, todo tiene su límite: los negacionistas de verdad, como usted y como yo, nos negamos a repetir como loros las consignas que vomitan incesantemente los medios de comunicación y los políticos; nos negamos a creer que la OMS sirve para algo; nos negamos a creer las cifras diarias de muertos y contagiados; nos negamos a que nos insulten y a que nos llamen pesados, paranoicos, y “conspiranoicos”; nos negamos a considerar que las mascarillas han venido para quedarse y que ya son un complemento de ropa más, como una bufanda o una corbata o un pañuelo o una pulsera. Pero, sobre todo, nos negamos a saludarnos hoy con el codo, mañana con el puño en el corazón, y pasado mañana juntando las yemas de los dedos e inclinando la cabeza con sumisión.

     Al principio vinieron a por los ancianos y a por los más débiles, pero como yo no era anciano ni débil no me preocupé. Después vinieron a por los jóvenes y adolescentes, pero como yo no era joven ni adolescente no me preocupé. Posteriormente vinieron a por los niños en sus colegios, pero como yo no era niño no me preocupé. Al final vinieron a por los sanos llamándoles “asintomáticos”, pero como yo no era “asintomático” no me preocupé.

     No, no se trata de una conspiración, qué va... Pero cuando vengáis a por mí, aquí os espero.







domingo, 26 de julio de 2020

SOMOS LOS ESCRITORES MALDITOS


     En los círculos y rectángulos literarios siempre se habló mucho de los llamados poetas y escritores malditos. Se les definieron unas características comunes, unos comportamientos, unas formas de narrar y de contar la realidad que les rodeó, y, sobre todo, unas manías y locuras estereotipadas. Todo ello, en cierto modo, los convirtió de nuevo en poetas y escritores convencionales, tanto en vida como póstumamente: una etiqueta más, una generación más, un recurso de marketing avant la lettre.

     Pero no. En la opinión del que esto escribe, un escritor maldito no fue (no es) eso.

     Como todo hoy día, el concepto de escritor maldito precisa de una actualización 2.0.  

     Hoy día:

     Un escritor maldito no es un escritor de libros prohibidos. Actualmente no hay libros prohibidos sino libros incómodos para alguien, libros que, tras un periodo de fuga y persecución, acaban llenando los escaparates de las más prestigiosas librerías, al precio de 19.95 euros.

     Un escritor maldito no es un escritor borracho, cocainómano, pendenciero y patibulario, de vida desordenada y disoluta, y lleno de manías y locuras. Los maledicentes, pocos pero muy activos, dirán que todos los escritores tienen algo de esto, y sin duda tendrán razón.

     Un escritor maldito no es un escritor de textos oscuros, crípticos, angustiosos, que nadie entiende ni es capaz de interpretar. Todos los escritores, malditos o no, pueden desarrollar esta capacidad de poner negro sobre blanco su flujo de conciencia, su pensamiento libre, su opinión desesperada sobre el entorno opresivo que les rodea.

     Un escritor maldito no es sólo un escritor sin éxito ni reconocimiento, acaso también sin pizca de talento. El éxito va y viene y, a veces, se detiene. ¿Y qué es el éxito? Para un escritor no maldito, el éxito es vender 250.000 ejemplares del libro en la primera edición. Eso es todo: no le den más vueltas, no tiene sentido.

     Un escritor maldito no es sólo un escritor atormentado. Las tormentas interiores nadie las conoce, como mucho las puede deducir y malinterpretar posteriormente y basándose en momentos históricos que no conoció. Y no se deben confundir problemas personales o familiares ni problemas económicos con verdaderas tormentas y angustias interiores.

     Un escritor maldito jamás aparecerá en una lista literaria intitulada “El Top Ten de los Escritores Malditos”. Si aparece en esa lista mientras dure su vida, ya dejará de ser un escritor maldito, lo cual no es reprochable, faltaría más: todo escritor maldito lucha por dejar de serlo, de ahí sus supuestas angustias e incomprensiones. El que diga lo contrario miente.

     Un escritor maldito no es un escritor con una vida marcada por la tragedia. Lamentablemente, todos estamos condenados a convivir con las tragedias a diario, y de nosotros depende gestionarlas y sobrevivir como buenamente podamos, sin convertirnos por eso en escritores malditos. Nacer ya es una toda tragedia, como dirían los escritores malditos.

     Pero entonces, ¿qué demonios es el malditismo, actualmente?

     La querencia por el malditismo es una actitud ante la vida como otra cualquiera. Pero ojo, no frivolicemos con esto: puede parecer que al maldito le gusta ser maldito, pero eso no es malditismo sino postureo. ¡Es tan delgada la línea que separa estos dos conceptos!

     Los nuevos escritores malditos somos invisibles, estamos ahí sin que nadie nos vea ni nos reconozca ni nos haga mucho caso. Tenemos no más de cien seguidores en Instagram, y quince o veinte en Twitter.

     Los nuevos escritores malditos somos felices, sí, pero con una felicidad que nos sale de muy adentro y que, por lo tanto, no la reconocen los convencionales radares de la sociedad, desorientados y confusos cuando nos detectan.

     Los nuevos escritores malditos nunca ganaremos un Premio, con P mayúscula, y nuestro único premio será que alguien nos brinde una palabra de ánimo literario, y que no nos tomen por locos o ingenuos.

     Los nuevos escritores malditos jamás tendremos talento para escribir novelas convencionales, buenas y exitosas, de ésas en las que hay mucho diálogo, mucha tensión sexual, mucho crimen sin resolver, mucho romanticismo, y mucho “malditismo de Instagram”…

     A los nuevos escritores malditos nos gusta el humor. Nuestros relatos rezuman humor y sensibilidad, queremos contar y describir escenas graciosas que harán reír a unos y a otros no. Nosotros lo sabemos bien: humor se escribe con h, y el humor es lo que mueve el mundo.

     A los nuevos escritores malditos nos encanta el realismo mágico, y también el surrealismo, acaso las dos corrientes que dominan nuestra propia vida. La no separación entre la vida y la muerte, el interés por cómo nos tratará a todos la posteridad, el caos, el andar en círculo una y otra vez y otra vez más, ¡todo eso nos encanta! También nos fascina el melodrama y las películas de Jose Luis Garci y de Orson Welles.

     A los nuevos escritores malditos la buena suerte nos es esquiva. “La suerte hay que buscarla”, nos dicen los escritores no malditos. Ya. Gracias por tanto.

     Los nuevos escritores malditos somos fruto y producto de nuestras malas decisiones tomadas a lo largo de nuestra existencia. No somos culpa de nada ni de nadie, sino sólo de nosotros mismos. Si lideramos el ranking de los escritores menos vendidos y leídos, probablemente sea debido a nuestros errores y a nuestras malas decisiones, y también porque quizá no tenemos talento ninguno, que todo puede ser…

     Los nuevos escritores malditos somos igual que el tiempo que nos ha tocado vivir: irascibles y contradictorios a más no poder.

     Pero lo que más define a los nuevos escritores malditos es que jamás hemos podido vivir de la literatura, aunque sea de forma escasa y tangencial. Y, a este paso, nunca podremos dedicarnos plenamente a aquello para lo que hemos sido puestos en este valle de lágrimas. Se nos pasan (se nos pasaron) los años, los lustros, y las décadas enfrascados en trabajos y tareas que poco o nada tenían que ver con nosotros, esperando ver llegar tiempos literariamente mejores. Esperando que cambie la canción: buenos tiempos para la lírica.

     Somos los desamparados, los solitarios, los sin padrino ni madrina, los que tenemos que hacerlo todo nosotros, los que quisiéramos cruzar todas las puertas pero todas nos las encontramos cerradas o, aún peor, entornadas, tras las que vemos un ojo que nos mira siempre con desprecio, con incomprensión, con recelo. Con indiferencia.

     Así que ya lo saben: si alguna vez se encuentran con el libro de algún nuevo escritor maldito, no lo compren, no lo lean, no lo comenten con sus compañeros de tertulias literarias, no le hagan una foto a la portada y la cuelguen en las redes sociales con un filtro de belleza, no hagan nada. De lo contrario, el escritor maldito dejaría de serlo y pasaría a ser un buen escritor, un escritor reconocido y premiado. Convencional.



CIUDADANO JORGE

       Salió a la venta mi segunda novela “ ¿Quién mató a Jorge López Zúñiga?” el día doce de marzo del presente año, dos días antes del de...