En los círculos y rectángulos literarios
siempre se habló mucho de los llamados poetas y escritores malditos. Se les
definieron unas características comunes, unos comportamientos, unas formas de narrar
y de contar la realidad que les rodeó, y, sobre todo, unas manías y locuras
estereotipadas. Todo ello, en cierto modo, los convirtió de nuevo en poetas y
escritores convencionales, tanto en vida como póstumamente: una etiqueta más,
una generación más, un recurso de marketing avant
la lettre.
Pero no. En la opinión del que esto
escribe, un escritor maldito no fue (no es) eso.
Como todo hoy día, el concepto de escritor
maldito precisa de una actualización 2.0.
Hoy día:
Un escritor maldito no es un escritor de
libros prohibidos. Actualmente no hay libros prohibidos sino libros incómodos
para alguien, libros que, tras un periodo de fuga y persecución, acaban
llenando los escaparates de las más prestigiosas librerías, al precio de 19.95
euros.
Un escritor maldito no es un escritor
borracho, cocainómano, pendenciero y patibulario, de vida desordenada y
disoluta, y lleno de manías y locuras. Los maledicentes, pocos pero muy
activos, dirán que todos los escritores tienen algo de esto, y sin duda tendrán
razón.
Un escritor maldito no es un escritor de
textos oscuros, crípticos, angustiosos, que nadie entiende ni es capaz de
interpretar. Todos los escritores, malditos o no, pueden desarrollar esta
capacidad de poner negro sobre blanco su flujo de conciencia, su pensamiento
libre, su opinión desesperada sobre el entorno opresivo que les rodea.
Un escritor maldito no es sólo un escritor sin éxito ni
reconocimiento, acaso también sin pizca de talento. El éxito va y viene y, a
veces, se detiene. ¿Y qué es el éxito? Para un escritor no maldito, el éxito es
vender 250.000 ejemplares del libro en la primera edición. Eso es todo: no le
den más vueltas, no tiene sentido.
Un escritor maldito no es sólo un escritor atormentado. Las
tormentas interiores nadie las conoce, como mucho las puede deducir y
malinterpretar posteriormente y basándose en momentos históricos que no
conoció. Y no se deben confundir problemas personales o familiares ni problemas
económicos con verdaderas tormentas y angustias interiores.
Un escritor maldito jamás aparecerá en una
lista literaria intitulada “El Top Ten de los Escritores Malditos”. Si aparece
en esa lista mientras dure su vida, ya dejará de ser un escritor maldito, lo
cual no es reprochable, faltaría más: todo escritor maldito lucha por dejar de
serlo, de ahí sus supuestas angustias e incomprensiones. El que diga lo
contrario miente.
Un escritor maldito no es un escritor con
una vida marcada por la tragedia. Lamentablemente, todos estamos condenados a
convivir con las tragedias a diario, y de nosotros depende gestionarlas y
sobrevivir como buenamente podamos, sin convertirnos por eso en escritores
malditos. Nacer ya es una toda tragedia, como dirían los escritores malditos.
Pero entonces, ¿qué demonios es el
malditismo, actualmente?
La querencia por el malditismo es una
actitud ante la vida como otra cualquiera. Pero ojo, no frivolicemos con esto:
puede parecer que al maldito le gusta ser maldito, pero eso no es malditismo
sino postureo. ¡Es tan delgada la línea que separa estos dos conceptos!
Los nuevos escritores malditos somos
invisibles, estamos ahí sin que nadie nos vea ni nos reconozca ni nos haga
mucho caso. Tenemos no más de cien seguidores en Instagram, y quince o veinte
en Twitter.
Los nuevos escritores malditos somos
felices, sí, pero con una felicidad que nos sale de muy adentro y que, por lo
tanto, no la reconocen los convencionales radares de la sociedad, desorientados
y confusos cuando nos detectan.
Los nuevos escritores malditos nunca
ganaremos un Premio, con P mayúscula, y nuestro único premio será que alguien
nos brinde una palabra de ánimo literario, y que no nos tomen por locos o
ingenuos.
Los nuevos escritores malditos jamás
tendremos talento para escribir novelas convencionales, buenas y exitosas, de
ésas en las que hay mucho diálogo, mucha tensión sexual, mucho crimen sin
resolver, mucho romanticismo, y mucho “malditismo de Instagram”…
A los nuevos escritores malditos nos gusta
el humor. Nuestros relatos rezuman humor y sensibilidad, queremos contar y
describir escenas graciosas que harán reír a unos y a otros no. Nosotros lo
sabemos bien: humor se escribe con h, y el humor es lo que mueve el mundo.
A los nuevos escritores malditos nos
encanta el realismo mágico, y también el surrealismo, acaso las dos corrientes
que dominan nuestra propia vida. La no separación entre la vida y la muerte, el
interés por cómo nos tratará a todos la posteridad, el caos, el andar en
círculo una y otra vez y otra vez más, ¡todo eso nos encanta! También nos
fascina el melodrama y las películas de Jose Luis Garci y de Orson Welles.
A los nuevos escritores malditos la buena
suerte nos es esquiva. “La suerte hay que buscarla”, nos dicen los escritores
no malditos. Ya. Gracias por tanto.
Los nuevos escritores malditos somos fruto
y producto de nuestras malas decisiones tomadas a lo largo de nuestra
existencia. No somos culpa de nada ni de nadie, sino sólo de nosotros mismos.
Si lideramos el ranking de los escritores menos vendidos y leídos,
probablemente sea debido a nuestros errores y a nuestras malas decisiones, y
también porque quizá no tenemos talento ninguno, que todo puede ser…
Los nuevos escritores malditos somos igual
que el tiempo que nos ha tocado vivir: irascibles y contradictorios a más no
poder.
Pero lo que más define a los nuevos
escritores malditos es que jamás hemos podido vivir de la literatura, aunque
sea de forma escasa y tangencial. Y, a este paso, nunca podremos dedicarnos
plenamente a aquello para lo que hemos sido puestos en este valle de lágrimas.
Se nos pasan (se nos pasaron) los años, los lustros, y las décadas enfrascados
en trabajos y tareas que poco o nada tenían que ver con nosotros, esperando ver
llegar tiempos literariamente mejores. Esperando que cambie la canción: buenos
tiempos para la lírica.
Somos los desamparados, los solitarios,
los sin padrino ni madrina, los que tenemos que hacerlo todo nosotros, los que
quisiéramos cruzar todas las puertas pero todas nos las encontramos cerradas o,
aún peor, entornadas, tras las que vemos un ojo que nos mira siempre con
desprecio, con incomprensión, con recelo. Con indiferencia.
Así que ya lo saben: si alguna vez se
encuentran con el libro de algún nuevo escritor maldito, no lo compren, no lo
lean, no lo comenten con sus compañeros de tertulias literarias, no le hagan
una foto a la portada y la cuelguen en las redes sociales con un filtro de
belleza, no hagan nada. De lo contrario, el escritor maldito dejaría de serlo y
pasaría a ser un buen escritor, un escritor reconocido y premiado.
Convencional.
Todos somos malditos, menos unos pocos, poquísimos, que no cuentan.
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